Donde quiera que aparezca y en cualquiera que se encarne, la opresión es un mal cuya naturaleza no cambia con el pase de unas manos a otras. Sea éste o aquél o el de más allá el que la ejerza, el mal siempre es lo mismo. Los anarquistas, por esto, no combaten la opresión por quienes la practican, sino por sí misma. Y en consecuencia afirman su lema: Ni oprimir ni ser oprimidos, lo que señala su ideal como el más altamente moral. Los demás combaten la opresión en las personas o en la clase que la hacen pesar sobre ellos, pero con el afán de que pase a sus manos el ejercicio de ella. La diferencia entre unos y otros es de fundamentos éticos, pues mientras unos, combatiendo a la opresión por sí misma, tienden a destruir el mal, los otros, combatiendo unos opresores para eregirse ellos en su lugar, no hacen más que perpetuarlo.
Para los primeros, pues, la cuestión está planteada entre estos dos términos: libertad u opresión; para los segundos, en cambio, en opresores u oprimidos, y claro está que mientras aquellos se deciden por la libertad, entablando en ese sentido la lucha contra toda opresión, estos se deciden por ser opresores, entablando la lucha, primeramente contra los que ejercen opresión sobre ellos, y después contra los que, habiendo tomado partido por la libertad, no quieren reconocer sobre ellos ningún poder opresivo.
No queremos oprimir ni ser oprimidos, decimos los anarquistas. Lo que solo nos merece estimación es lo que busca asentarse en la libertad. Lo demás, cuando necesita para su sostén de la opresión, participa del mal inherente a ésta, y solo tendrá nuestro duro ataque y tenaz oposición. Nos repugna igualmente oprimir como ser oprimidos, y no queriendo tolerar ningún poder sobre nosotros, no tratamos de concentrar todo poder en nuestras manos. No es suplantación de los opresores lo que buscamos, sino la destrucción de todo poder opresivo.
Clara y sencilla es la cosa para los anarquistas. Enemigos de la opresión por sí misma, no hacen distingos sobre quienes la ejercen y determinan derechamente su composición de lugar, tomando partido por la libertad, en la que todo bien será logrado, contra cualquier género de opresión. Y siendo así que determinan su actitud y su acción los anarquistas, lógico es que no pueden confundirse, ni mucho menos identificarse, con todos aquellos que, aún habiendo militado mucho tiempo en nuestro campo, hacen cuestión de opresores de lo que debe ser llanamente cuestión de libertad, y que procuran oponer su opresión a la opresión que padecen.
Ni oprimir ni ser oprimidos: así entienden los anarquistas que deben ser determinados su ideal y su obra. Y nada puede hacerlos desistir de esto, ni siquiera el temor de ver perdidas las conquistas de la libertad alcanzadas, para lanzarlos a la creación de un poder opresivo cualquiera para su defensa, porque saben en demasía que cuando a la libertad se refiera solo puede ser defendido por la libertad, y que cuanto de ella se salga solo conspirará en su contra aunque se diga nacido para afianzarla. No es el caso de implantar una dictadura para oponerse a otra, sino de oponerse por igual a toda dictadura u opresión, pues nuestra elección no debe decidirse entre una u otra dictadura, sino entre dictadura y libertad. Y por esta estaremos siempre.